28 abril, 2024 02:49

Juan Mayorga es un genio tranquilo, un sabio bueno. Resulta conmovedor dejarse recibir por él (por su amabilidad y sencillez, por su tono de voz tan bajito que parece que cuenta secretos) cuando la tarde araña el Teatro de La Abadía, antes de que comience la función de la jornada: entonces parece un monje pagano que habita la palabra en el sitio correcto. Entre las campanas y la mística y el verde de la vida que se asoma por los jardines. Mira por la ventana: "Parece que ya vienen", dice, con emoción de niño, contemplando a los espectadores que se acercan a las faldas de esta pequeña iglesia que es templo poético. Dentro de sus vidrieras, las frases le atraviesan a uno en color: lo prometo, confíen en mí. 

Juan siempre tiene en la cabeza una frase a la que en una ocasión le dedicó un poema: "Venía a decir que el cielo era la idea de un lugar de libertad sin pecado, y el infierno un lugar de pecado sin libertad", me explica. La Abadía se parece, entonces, bastante al cielo. Si los de Vox se ponen en la puerta a gritarles consignas bárbaras por programar una obra que no les mola, ni caso. San Pedro no les cierra la verja, pero tampoco parece que estén invitados. 

Qué felicidad tan extraña la de la vocación, qué parquedad desarmante genera. Uno sabe, observando al plácido Mayorga, que no hace falta nada más: ni ropa de marca, ni estruendo, ni perfumes invasivos. Va uno delgado y firme, escueto y quijotesco, armado con el reloj y la libreta y el verbo, desnudo de cualquier pretensión. Esta siempre fue nuestra forma de ponerle al mundo la otra mejilla, creamos o no creamos en dios. 

El académico de la RAE, brillante dramaturgo y director artístico de La Abadía ha escrito La colección, protagonizada por José Sacristán: cuenta la historia de una pareja de ancianos sin herederos que no saben a quién legar su colección de arte... una colección que les costó toda una vida, una colección que les unió amorosamente y les separó para siempre, todo al mismo tiempo. Una colección que es más grande que uno, que sus deseos y sus terrores.

Una colección que es, sobre todo, lo que le falta. Una colección como una religión, como forma de trascendencia. La obra habla de la relación que tenemos con los objetos. De cómo nos poseen. De cómo cambian nuestra vida cuando los desordenamos. Es filosófica, algo confusa y genial. Dan ganas de creer... en algo, aunque sea. Yo creo en Mayorga. En su sensibilidad tan fina que se hace traslúcida. Es milagrosa. Es el mejor de los nuestros. 

Pregunta.- ¿Qué colecciona Juan Mayorga?

Respuesta.- Quizá soy como ese personaje que dice que colecciona gestos. Colecciono gestos, acciones, frases que oigo en la calle. Soy un trapero de todo eso. De pequeño coleccionaba cromos. De adolescente, vitolas, que son los anillos de los puros, porque mi abuelo era fumador.

P.- ¿Usted no es fumador?

R.- No, nunca lo he sido. También coleccioné décimos de lotería. Pero poco a poco fui abandonando todo eso.

P.- ¿Qué satisfacción encontraba en esas recolecciones?

R.- La pasión, creo. El mundo del coleccionismo es un mundo de fuertes deseos, y en buena medida tengo alguna memoria de aquel modesto coleccionista que fui. Recuerdo que cuando tenía 13 o 14 años íbamos a los puestos de la Plaza Mayor en domingo a comprar sellos e intercambiarlos. Y se valoraba mucho, ¿no? Había toda una leyenda en torno a cada sello. Había un sello de dos pesetas rojo con la cara de Franco y era muy valioso, muy perseguido… era de la suerte…

P.- Entiendo que la excentricidad es que fuera rojo y con la cara de Franco a la vez, ¿no?

R.- (Ríe). ¡No lo había pensado nunca! Es muy probable. No había reparado en ello… sería de los únicos en su serie.

Mayorga.

Mayorga. David Morales.

P.- ¿Las cosas tienen memoria de las personas?

R.- Por un lado, hay algo perverso en entregar tu vida a las cosas, en dejar que las cosas ordenen el mundo. Es diabólico, dice el personaje. Yo creo que es cierto. Esa relación supersticiosa con los objetos es una subordinación de la vida a lo matérico, a lo objetual, ¿no? No es insignificante añadir que en la Edad Media se asociaba, precisamente, lo diabólico a lo matérico. Yo creo que el coleccionista puede incurrir en ese tipo de deriva, sí, pero que Berna y Héctor son coleccionistas diferentes, mejor dicho, artistas de la reunión. Ellos no son capaces de hacer ninguna obra, pero son capaces de encontrar el valor que tiene la unión entre dos piezas.

P.- Ah, el diálogo entre ellas y su orden…

R.- Eso es. La posesión… no sé. No se trata de poseer los objetos, sino de poseer el mundo. A eso aspira la colección.

P.- Hay algo mesiánico cuando se señala que el mundo puede poseerse poseyendo una pequeña representación del mundo, ¿no?

R.- Estoy de acuerdo.

P.- Es soberbio…

R.- ¿Ves ahí arrogancia o vanidad? Yo te diría que son personajes muy poco vanidosos. De hecho, Héctor dice que el gran descubrimiento es reconocer la propia inferioridad. No eres tú quien posee la cosa, es la cosa quien te posee a ti, pero no en un sentido supersticioso o fetichista, sino el el sentido de que tú reconoces que hay algo ahí que te excede, que va más allá de ti. Por eso ellos insisten tanto en que la colección no es un negocio personal, sino una muestra que, digamos, te ha tocado, pero va por encima de ti. Creo que ellos sienten que tienen una misión, una misión a la que se acercaron de forma casi inconsciente: un día eligieron una pieza, esa pieza les llevó a otra… y un día estaban ante una gran colección.

"Es adecuado llamarle suerte o fortuna a la medida en la que la vida nos da caricias o golpes que ni te has ganado ni mereces"

P.- La colección es un mapa del mundo y del tiempo.

R.- Me gusta. Me gustan los mapas.

P.- ¿Cree usted en la suerte o sólo en la mala suerte?

R.- Yo no tengo talismanes, pero sí creo que nuestras vidas están afectadas por eso que podemos llamar buena o mala suerte, y es algo que no tiene que ver con los astros, sino con fuerzas que no podemos controlar: en ocasiones, la vida nos pone ante extraordinarias ocasiones de belleza. Y de amor. Y otras veces, en cambio, sucede, como diría aquel poema de César Vallejo… “hay golpes en la vida tan fuerte, ¡yo no sé!”.

P.- “Golpes como del odio de Dios”.

R.- Justo. Es maravilloso, ¿no? En fin, es adecuado llamarle suerte o fortuna a la medida en la que la vida nos da caricias o golpes que ni te has ganado ni mereces. Ojalá siempre la dicha, aunque tampoco sea merecida.

David Morales.

David Morales. Mayorga.

P.- ¿Qué objetos conformarían su bodegón sentimental?

R.- Para mí son muy importantes las fotos de mis hijos. De mi tiempo con mis hijos. De nuestra vida familiar. Tengo algunos objetos bellos que gente querida me ha ido entregando, cosas del camino, pero no me siento muy ligado a lo material, sino al recuerdo que tengo de esa persona que me obsequió. A la experiencia que compartí con ella. También tengo muchas notas acumuladas.

P.- Su famosa libreta.

R.- Sí. Quien la lea, probablemente, pueda saber algo de mí. Alguien decía que el de escritor es el oficio más cruel, porque de algún modo se pone desnudo en la plaza a la vista de todos. No estoy seguro. Yo nunca me desnudaré del todo.

P.- Es una obra sobre el amor y sobre el matrimonio, que no es que no sean lo mismo, es que a veces son antagónicos.

R.- Eso es cierto, el matrimonio a veces coincide con el amor, pero no tienen nada que ver conceptualmente. En todo caso, hay algo extraordinario en el hecho de que dos seres humanos se encuentren. En que haya otro que haya sido testigo de tu vida y que pueda decirte “tú eres éste”. Y uno diga: “Sí”. Eso es profundo, un momento profundo.

P.- Me gusta cuando dicen: “Cuando me miras, ¿qué piensas?”. “Pienso que soy viejo. Y que siempre podré decirte quién eres”.

R.- Eso es el amor, de alguna manera: recordarle al otro quién es, poder recordar, también, quién es el otro.

P.- En las parejas siempre hay uno que quiere más al otro. A ver qué tal nos sale el negocio.

R.- (Ríe). Oh, eso es muy evidente, ¿no? Yo creo que cualquier relación es asimétrica. En el amor y en la amistad. Duele pensar que uno es el menos querido de los dos.

"Tiene mucha razón Julio Iglesias: el gran miedo no es no haber sido amado, sino no haber amado lo bastante" 

P.- Menos mal que sólo podemos intuirlo. Si se llega a medir…

R.- Al final, a la hora de la verdad, lo importante es lo que uno entregue, lo que uno siente. Lo más importante no es lo que sientan por ti, sino lo que tú sientes por el otro.

P.- No sabía que hoy citaría a Julio Iglesias, pero sí: “Es siempre más feliz quien más amó… y ese siempre fui yo”.

R.- (Ríe). Tiene mucha razón Julio, la verdad. El gran miedo no tiene que ser no haber sido amado, sino no haber amado lo bastante. Hay que aprovechar cada ocasión de amar.

P.- Me parecía interesante que a la protagonista no le bastase con el amor. Quiero decir: ella es ambiciosa. No podía ser contemplativa, no le bastaba con estar con su amor en la playa de arena roja. Quería emprender, crear empresas, tener motivos, buscar movida. Un plan. Una colección, por ejemplo. ¿No debería ser el amor anticapitalista?

R.- Es una buena pregunta. Vivimos en un orden en el que prima la productividad y han conseguido que se nos olvide que estar con alguien que amamos en un lugar bello significa tenerlo todo. Eso es porque es gratis, ¡y eso es un despilfarro económicamente…! Sólo parece tener sentido, dentro de la lógica del mercado, que esa pausa sirviese para cargar las pilas para volver a pelear.

P.- Eso cuentan algunos estudiosos del porno. Que es un producto absolutamente sistémico porque mata el deseo y su lentitud, te lleva a eyacular lo más rápido posible para poder seguir produciendo.

R.- Interesante, aunque no soy un especialista en eso. Hay una lógica del mercado que centrifuga todo aquello que no sea susceptible de ser convertido en mercancía o todo aquello que no alimente la productividad. Sí, el amor, la belleza, la cultura… son precisamente lo contrario, o deberían serlo: a menudo son reducidos a mercancía, y si no, expulsados y perseguidos. Yo creo que el protagonista es un radical romántico.

Mayorga.

Mayorga. David Morales.

P.- Estoy de acuerdo con ella cuando dice que no entiende a las parejas.

R.- (Ríe). ¿Sí?

P.- Bueno, quiero crear una nueva fórmula.

R.- Parece que ellos también… pero, al mismo tiempo, él siente nostalgia de la pequeñez, de la sencillez… es fácil burlarse de una pareja que pasa caminando por el paseo marítimo, ¿no? Sin embargo, uno sabe que también hay ahí algo hermoso, o algo hermoso que ya hemos perdido. Estoy de acuerdo en que el amor ha de ser anticapitalista, si…

P.- Desde luego, no debería llamar al consumo, nunca a la acumulación ni a la obsolescencia programada.

R.- Sí. El amor es contemplación, va de estar juntos y compartir un tiempo. Hay un antagonismo entre el amor y el mercado.

"Hay un antagonismo entre el amor y el mercado"

P.- ¿Qué sabe del deseo, Mayorga?

R.- Sé que es lo único que sé de todo el mundo, incluida de ti: que deseas. Todos deseamos algo que no se ha cumplido. Ahora habrá que calibrar la calidad de nuestros deseos, ¿no? Ser buena persona es un buen deseo: todos deseamos tener buena conciencia. ¿A qué precio? Esa es otra.

P.- Decía Rendueles, en una tesis revolucionaria, que si eliminásemos las herencias eliminaríamos las castas. ¿Es así como se consigue una España más igualitaria? ¿Por qué la gente se aferra a lo poco que puedan tener sus padres, es que no se confía en el Estado?

R.- Yo a César le aprecio mucho y le leo con gusto y con provecho. Es muy interesante lo que dice y muy provocador. Supongo que hay economistas que te hablarían del motor del esfuerzo, de que el trabajo de muchos seres humanos se mueve precisamente por el deseo de entregar algo a sus hijos. Alguien podría decir que la observación de César es ingenua, pero yo no me atrevo a decirlo, porque me interesan sus planteamientos.

Mayorga.

Mayorga. David Morales.

P.- Pelear es pensar.

R.- Sí. Eso dice mi personaje, no quiere decir que lo diga yo… aunque en este caso, sí. Pelear ayuda a perfeccionar una idea.

P.- ¿Es creyente? ¿Se habla con Dios?

R.- No soy creyente, pero nací en una familia católica y he sido educado como católico. En cierto momento, al notar que dejaba de ser yo mismo, me aparté de la Iglesia. Dicho esto, como sabes, he escrito una obra como La lengua en pedazos…

P.- Lo sé, pero a qué desalmado no va a caerle bien Teresa de Jesús, la más punki de las punkis. Para eso no hace falta creer en nada.

R.- (Ríe). Yo respeto a las personas creyentes. La fe es un fenómeno extraordinariamente complejo que yo creo que remite a la aspiración. Cuando leo y conozco a seres humanos como Teresa de Jesús, si bien no comparto su creencia, me siento afín a su aspiración, a su búsqueda de sentido. La religión es como la moral: parte del hecho de que somos una anomalía.

Somos cuerpos y necesitamos alimentarnos y también queremos defendernos, pero con eso no basta, necesitamos sentido y experiencia. Años atrás conocí en un seminario a un teólogo muy importante, Johann Baptist Metz, y él me llevó a mi director de tesis, Reyes Mate, que es también un gran conocedor de todo esto. Recuerdo que él me dijo algo que se me ha quedado en la cabeza, de hecho, escribí un poema al respecto. Venía a decir que el cielo era la idea de un lugar de libertad sin pecado, y el infierno un lugar de pecado sin libertad.

"He sido educado como católico. En cierto momento, al notar que dejaba de ser yo mismo, me aparté de la Iglesia" 

P.- Es increíble.

R.- ¿Te gusta? Los deseos humanos los afrontamos desde ahí, al cabo. Aspiramos a un lugar donde seamos libres y al mismo tiempo no nos hagamos daño, ni al resto. Queremos que nuestra libertad no nos lleve a hacer daño. A veces, es el propio orden de las cosas el que nos vuelve culpables. Me importa mucho el discurso religioso y no en balde mi obra y mi pensamiento son dependientes de Walter Benjamin o Kafka, que de algún modos son ininteligibles si no se les atiende bajo la experiencia religiosa.

P.- ¿Siente el pánico por la muerte? Tic, tac.

R.- Yo creo en la eternidad del instante. Por ejemplo, en la eternidad de este momento, y sí creo de algún modo en una trascendencia inmanente. Creo que cada ser humano es responsable de todos los demás, también de los que no conoce y de los que vendrán, y creo que no hay que dejar el planeta de cualquier modo cuando nos vayamos de aquí. Creo en la memoria: la memoria es una responsabilidad. Tenemos que hacer que sobreviva. No basta con conservar lo que tenemos, porque lo que tenemos no se acaba nunca, y eso nos agobia.

Mira, escribí un texto breve… te lo pasaré, se llama Herencia. Me resultó emocionante descubrir que los astrónomos medievales tomaban nota de fenómenos que sabían que ellos no iban a ser capaces de interpretar, porque carecían de la técnica para ello. O sea, que de algún modo tomaban notas para astrónomos futuros, y eso me parece maravilloso. Sentir que haces cosas para otros que vendrán y cuyos rostros no conocerás nunca. Quien me llevó a esta información fue Aby Warburg. Uno, al final, siempre quiere elaborar mapas donde pueda descubrir las agitaciones del alma humana. Las de antes, las de después… el alma se nos agita, a veces, idénticamente, y sin que uno intente imitar al otro. Hay un pulso común. Unas preguntas.

Mayorga en La Abadía.

Mayorga en La Abadía. David Morales.

P.- ¿Abolimos a los ricos o los imitamos?

R.- ¡Pobre de mí! Ni que yo pudiera hacer semejante cosa… bueno, yo creo que lo importante no es que no haya ricos, sino que no haya pobres. Creo en políticas que atiendan a lo común, que cuiden lo común, empezando por la escuela pública y la sanidad pública. Creo que lo que nos define como humanos es la capacidad de cuidar a los otros, a los más vulnerables. No creo en banderas ni fronteras.

P.- “Bandera, nación y frontera significa fracaso”.

R.- Sí, para mí una bandera, aunque sea de España, siempre es un fracaso. Tenemos que atender la injusticia donde se esté produciendo. Tenemos que cuidar el sufrimiento injusto. Es escandaloso.

P.- ¿Cree, como Savater, que España ya está rota?

R.- No sé qué quiere decir eso. No pienso en términos de “España”. Estoy en un teatro que trabaja para este barrio, para esta ciudad, para este país y para este mundo. Y tenemos que pensar universalmente. Yo pienso en el mundo. Por supuesto, respeto a Savater pero España no me duele, me duele el mundo y me preocupa el mundo.

P.- Como académico de la RAE, ¿qué le parece la palabra ‘elle’? Se añadió al observatorio de la RAE y se eliminó porque creaba confusión.

R.- La Academia y cada uno de los académicos tenemos que estar atentos a lo que está ocurriendo en la calle. El lenguaje está vivo, las palabras lo están, unas palabras desalojan a otras y tenemos que estar muy atentos… porque unas combaten con otras. Yo no utilizo ‘elle’ ni creo que vaya a utilizarlo, pero siento todo el respeto por quienes lo hacen.